miércoles, 18 de marzo de 2015

De la nutrición y la pequeña Burtu


La desnutrición aún es un problema real e importante en Etiopía y en muchos países de Africa. Muchas de las madres y familias etíopes siguen teniendo que aceptar la muerte de un hijo por falta de alimentos o el hecho de tener que escoger por uno de los dos mellizos para alimentar o drásticamente tener que entregar a sus hijos a otros. Aquellas familias que logran llegar a alimentar a todos sus miembros deben realizar un gran trabajo para hacerlo: sus hijos desde los 5 años cuidan animales y sus hijas deben caminar varios kms cargadas de agua día a día. 
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A Burtukan la conocí la primera semana que llegué aquí. Era sábado. Fuimos con Lydia a visitar la casa de Amanuel, uno de nuestros niños de la sala especial. Tiene 7 años y parálisis cerebral. Los visitábamos porque la madre estaba enferma y estaban aproblemados ya que por tener un hijo con discapacidad,  no les arriendan casa con los servicios básicos, viven sin agua, sin luz y en un espacio en el que no pueden plantar ni trabajar la tierra, por lo que no tienen comida. 

El escenario era desolador, una pieza oscura de unos 4m2, la madre ciega y en ese momento llevaba dos semanas con gastritis y comiendo injera (la comida principal y exclusiva de Etiopía una especie de panqueque hecha de un grano fermentado, el teff). Usualmente la injera se come con rellenos en base a granos  y picantes como el garbanzo y la pimienta, pero en este caso solo había agua y sal. En la esquina medio escondida había una pequeña niña que tenía 2 años y medio pero parecía de uno. Era Burtukan. Tenía ojitos caídos y cara triste. En mi intento por alegrarla le hice miles de muecas y nada… El que mejor estaba era Amanuel. 

Intentamos que la mamá trajera a Burtukan a la guardería, algunos día venía, luego faltaba una semana completa, en fin, no era muy efectivo. Paso el tiempo y estábamos preocupados de su estado nutricional y emocional, e animábamos una y otra vez a su madre a que la trajera. 

Desde hace dos semanas, frente a la falta de comida se decidió a traerla. Burtu se incorporó a la sala especial, ya que está con un retraso en el desarrollo por desnutrición. Los primeros días su carita triste no se modificaba, era como un pequeño adorno, la ponías de un lado a otro y nada. 

Han pasado dos semanas, y Burtu come con más animo, por la mañana toma desayuno, a media mañana las cuidadoras le dan plátano y por la tarde un almuerzo nutritivo. 
Hoy bailamos y pasó algo que, personalmente, venía esperando desde el día en que la conocí: por primera vez vimos su sonrisa. Hicimos una ronda y era como si por fin estuviéramos encontrando la niña que tiene dentro. Amargada por el hambre y su situación, no conseguíamos que sonriera ni un poco. Hoy me puedo dormir habiendo compartido una de las experiencias más lindas del mundo, reconocer a una pequeña niña, que había estado opacada, dentro de ella misma. 

La comida es vida, y en Burtu ya se está empezando a notar. 


domingo, 15 de marzo de 2015

De la lejanía y los que se van



De estar lejos a veces se extrañan situaciones, gente y lugares, pero en general, la energía está tan puesta en el día a día, que lo que se extraña está presente en el día a día, y lo que no, puede esperar. 

Pero cuando pasa algo en que ni la razón ni las emociones alcanzan, se extraña la posibilidad de vivirlo con los tuyos y acompañarse y compartir. 

En este tiempo han partido algunos seres queridos, y seres queridos de mis amigos y familiares y ha sido difícil estar lejos, descontextualizada ( o contextualizada, depende de como se mire), en medio del hambre, y de la falta de agua de tantas personas… cuesta calibrar. 

En este tiempo se ha ido también un amigo, que por querer tanto a alguien que quiero infinito también fue un ser querido para mí. Y la lejanía en estos momentos es difícil.  Pienso y siento, y me es casi imposible calibrar, he estado varios días sintiendo y pensando. 

En Etiopía a los que han partido se lloran tres días en comunidad y es legal que te den dos días libres si se te ha muerto un amigo o un familiar o un vecino. Yo he estado así, como Etíope, sin querer que la vida pase a través de mí, sino que estar día a día viviendo lo que ha pasado. 

Y no me queda más que desear con todo el corazón que un ápice de toda la energía de amor de este lugar, llegue al corazón y al momento en que queremos estar presente. Que proteja y acompañe a los míos en este momento. 

Al Joven Maki (como le solía decir), y a todos los que conocimos su infinita alegría. Que la naturaleza y tu amada Patagonia te acompañen y acompañen a quienes tanto te quieren.

A mi Bernardito y todos quienes queremos estar con ella desde cualquier lado del mundo. Ha sido muy difícil estar lejos para mí. Te acompañodesde acá todos los días.  

viernes, 6 de marzo de 2015

El agua es vida


En el último mensaje del Papa Francisco para la cuaresma 2015, el tema central es el riesgo de la indiferencia. La Vida no nos es indiferente, en ella pasan cosas a diario y nos permite lo Divino de encontrarnos con otros y sentirnos queridos y dar amor.

A mi parecer, y en esto concuerdo con el Papa Francisco, somos un todo, y si algo pasa en una zona de nuestro gran planeta Tierra, a todos nos afecta. Sin embargo, aun cuando queremos, la máquina de la vida nos revuelca y nos es fácil ensordecernos.  Me pasa muy seguido. Quisiera compartir algo muy cotidiano para nosotros pero tan esencial en nuestras vidas, que a veces no nos damos cuenta.
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Mi rutina y la de mi alrededor, siempre (o casi siempre) parte con una ducha. La ducha, el bendito aparataje, en el que uno gira una perilla, y sale agua con una presión lo bastante adecuada como para poder enjuagar y lavar nuestros cuerpos de manera impecable.


El agua es vida.


En la casa que vivo acá, no hay agua. Nos abastecemos de agua a través de bidones (acá les llaman yerricans) que llenamos en el KG. Lo ponemos en un tambor azul y adentro del hay un jarrito de litro de color verde.  Con esta cocinamos, nos hidratamos y de vez en cuando nos bañamos.


Como ya les he contado, he pasado la mayoría de estos meses, junto a otras mujeres que, como yo, se ocupan de intentar dar una mejor calidad de vida a niños con necesidades especiales. Sin embargo, en estos dos últimos fines de semanas, me he subido a la 4x4 de las misioneras para adentrarnos en los campos Etíopes de Muketurri, y después de varios kilómetros de nada…. Vida!
Imagínense media hora adentrándose con el auto por lugares donde no hay caminos, es decir, íbamos por un camino imposible, pasando por medio de sembrados antiguos, de arriba abajo, y de pronto una pequeña aldea y a los pocos segundos miles de niños corriendo a nuestro alrededor.

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Muketurri corresponde a la etnia Oromo, a la cual pertenece gran porcentaje del país. Sus casas son de barro y paja, formando pequeñas chozas… con decoraciones tribales y pinturas de todo tipo que te dan la bienvenida.

Nuestra visita tenía el objetivo de ver el avance de la construcción de los pozos. Los pozos constan en agujeros de aproximadamente, 10 metros de profundidad y 3 de diámetro, cavados a mano. El sistema consiste en que los hombres cavan hasta encontrar dos metros de agua. Y entonces se instala una bomba, que se consigue gracias a donantes, y que permite que el agua venga por una pequeña cañería de PVC.

Esto es como un verdadero milagro. Familias enteras que antes no tenían más que aguas estancadas, ahora tienen agua para sembrar y comer.


Insisto. El agua es vida. Y es impresionante.


El sistema es así: Las familias se inscriben en un curso de agricultura y nutrición, que lo realizan las misioneras junto algunos Etiopes. Luego, de finalizado el curso, se construye un pozo cada 5 familias participantes. Estas, dotadas ya de conocimientos, construyen huertos familiares para así poder comer día a día.
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Hace una semana tuve que ir a renovar mi visa y quedarme un par de días en Addis Abeba. Llegué al hotel y me dispuse a darme una ducha. Cuando la prendí y sentí el agua con presión en mi espalda, quise llorar. Fue impresionante sentir la emoción del agua a presión. Y eso que solo no la sentía hace como 30 días cuando tuve la posibilidad de ducharme en Andode, otra casa de voluntarios. Ahora comprendo la escena de “Vete y Vive” cuando el niño tapa rápidamente el desagüe de la ducha desconcertado por tanta agua prendida.

Siempre he sido consciente con el agua, me intento duchar no más de 3 minutos y cuando me lavo el pelo 5. Pero ahora sentir la emoción de cuando puedo lavarme los dientes o las manos con agua de la llave, o la euforía de una ducha caliente… uffff. Todo se entremezcla, los pozos, la cara de los niños cubierta de agua, los niños lavándose las manos en el KG, mi emoción en la ducha.


Definitivamente, espero nunca más ser indiferente.








jueves, 5 de marzo de 2015

De los que no llegan

Hace varios días que vengo pensando en que cada día conozco historias como libros, llenas de sufrimiento y dolor. El punto es que las llegamos a conocer y que llegan a tener al menos oídos y un corazón dispuesto a acompañarlas.

Me cuesta dormirme hace algunas noches pensando que hay de esas historias que nunca llegamos a conocer. Cuantas mujeres viven en soledad la gran decisión de tener que escoger a un hijo que alimentar porque no hay más comida que para uno, o vivir con la amargura de que tu hijo no llegó a nacer porque el enfermero de turno no supo como atender el parto. Quizás vivir con la desgracia de un pueblo que no te acoge por que un miembro de la familia tiene una discapacidad, y producto de esto no puedes arrendar tierra, ni tener una propia, ni agua, ni donde sembrar. O caminar kilometros de kilómetros diariamente en busca de la sobrevivencia, y junto a ello hacer caminar cargados de agua a tus pequeños hijos o de tantos niños abandonados por haber perdido el ganado o haber cometido errores con la siembra a tan corta edad. 

Sé de las historias que llegamos a conocer y que gracias a la compañía de muchos llegan a tener un final más digno y feliz, pero también sé que hay cientos y millones que no llegan a encontrarse con compañía que los aliente y eso, por decir lo menos, me inquieta. 
Me recuerda a un texto de Michel Qoist, que dejo a continuación. 

TAMPOCO AHORA HAY LUGAR.
(Michel Quoist).
Señor, no conseguía dormirme y me he levantado para rezarte a gusto.
Fuera, es de noche, y el viento sopla y cae la lluvia y, taladrando la oscuridad, las luces de la ciudad dicen que fuera hay seres vivos.
Me fastidian estas luces, Señor ¿por qué han tenido que venir a encenderlas aquí delante de mis narices?
Ellas me han despertado, y ahora me retienen cautivo mientras, traidoramente, los sufrimientos de la ciudad desgranan su trágica elegía.
Y no puedo librarme, Señor, conozco demasiado estas torturas y las veo como visiones, las oigo que me hablan, siento sus bofetadas.
Porque yo las conozco, las conocía cuando vine a acostarme.
Sé de una habitación donde se mezcla el aliento apestado de trece gentes amontonadas,
sé de una madre que cuelga del techo la mesa y las sillas para poder extender los jergones,
sé que las ratas se acercan para devorar los mendrugos y morder a los niños,
sé que el marido tiene que levantarse para extender el hule sobre la cama calada de sus cuatro pequeños,
sé de una madre que tiene que pasarse la noche de pie porque no hay sitio más que para una cama y los dos hijos están enfermos,
sé de un borracho que vomita sobre su hijo que duerme junto a él,
sé de un muchacho que se larga en la noche porque ya está harto,
sé que los hombres se pelean por las mujeres, porque tres matrimonios duermen en el mismo desván,
sé de una muchacha que tuvo un niño de su hermano porque tienen 20 y 16 años y no hay más que un lecho,
sé que la esposa se niega al marido porque no hay sitio en la casa para otro niño,
sé que un niño agoniza dulcemente disponiéndose a juntarse allá arriba con su cuatro hermanos pequeños.
Sé todo esto, Señor, y mucho más, conozco cientos y cientos de casos y los sabía ya cuando tan tranquilo me acosté entre mis pulcras sábanas.
Y quisiera no saberlo, Señor, quisiera que todo esto fuese una serie de fábulas, quisiera pensar que estoy soñando, que alguien me convenciese de que soy un exagerado, que alguien me demostrase que toda esta gente tiene la culpa de lo que les pasa, que si son infelices, es porque se lo han ganado.
Quisiera tranquilizarme, Señor, pero no puedo.
Ya es demasiado tarde: he visto demasiado,
he oído demasiadas cosas,
he echado demasiado bien las cuentas,
he hecho números, y ahora las cifras implacables me han arrebatado para siempre mi inocente tranquilidad.